oscuras yemas ateridas,
hollines de la luz o su descenso,
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aulagas dulcemente calcinadas,
calles que daban cauce al tiempo
y prevenían su extinción,
empedrados sin nadie,
ocultas procesiones
del otro costado del frío,
ojos, pasos, furtivos ecos
en la casa de las hermanas,
muro con muro con la muerte
cuartel de invierno
donde manos nocturnas
dieron voz y sentido a la vigilia.
Jordi Doce