Tusquets Editores (2000)
Philip Delerm (Auvers-Sur-Oise, 1950) es autor de más de diez libros de los que quizá el más conocido sea el superventas El Primer Trago de Cerveza.
En Llovió Todo el Domingo (1998) repite con la tesis de la importancia que tiene poder saborear las pequeñas cosas de la vida utilizando una escritura sensible pero carente de florituras.
Arnold es un personaje entrañable pero no ideal. Tiene defectos como todo ser humano y aunque en su vida no pase aparentemente nada sí que se ve, en ocasiones, envuelto en algún que otro pequeño conflicto en los que logra defenderse como gato panza arriba. No es ningún tonto.
Leer esta novela, al igual que leer El Primer Trago de Cerveza (1997), supone dar gracias por todas esas cositas que te rodean y que tantas veces no aprecias lo más mínimo. Te hace pasear por la vida durante un tiempo haciéndote cargo de todo lo que te rodea, a la vez que su existencia te resulta un bien único y especial. En resumen: de pronto lo ordinario adquiere la categoría de extraordinario.
La lectura es relajante. Te asomas a la vida del Sr. Spitwerg y hete aquí que incluso, a veces, te das cuenta de que compartes ciertas manías con el personaje como me ocurrió a mí leyendo ésto:
El Sr. Spitzweg gasta poquísimo en ropa. Pero casi cada año se compra un nuevo jersey de otoño.
-¿Cómo? ¿Ya va con jersey, Spitzweg?
Sí, a Arnold le gusta ponerse un jersey antes de lo normal, a veces sobre una camiseta...,esa sensación áspera en los antebrazos es deliciosa. El marrón, el chocolate, el verde cardo, el verde de Irlanda: los tonos del jersey se declinan en distintas tonalidades, siempre son los mismos en apariencia. Pero para Arnold cada vez es como si comprara un bosque nuevo. Un bosque mental en el que uno puede internarse en pleno corazón de París.
Ya puestos, renueva también su goma de borrar y su pluma. hace las compras para el nuevo curso , afanoso, entre los niños y las madres con prisas que van arramblando al azar los objetos de las listas escolares. Fuera, con aquella luz de septiembre, las calles están casi azuladas. Pero el Sr. Spitzweg está en otra parte. Estrena ropa, y comienza a acabar.
El libro lo compré una tarde de esas que paso desempolvando joyas en librerías de viejo. Uno de los(grandes y pequeños al tiempo) placeres de mi vida. Y ni que contar si encima consigo cosas como estas de Delerm.