El año pasado volví (en realidad nunca la abandoné) a la literatura que me hizo amar la literatura: la española anterior a los 80. Todo comenzó a los 12 con El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio y continuó con una antología de Antonio Machado... y hasta hoy, muchos años ya transcurridos desde mi adolescencia.
Encontré a un precio irrisorio Nosotros, los Rivero de Dolores Medio y me dije que era el momento de leerla y me apetecía. ¿Cómo una asturiana de pro y admiradora de las letras no había leído aún esta mítica novela? Pues creo que por lo de siempre, ahora leo esto, ahora lo otro, etc. Lo bueno es que como dice un amigo mío "los libros no caducan y están ahí siempre esperándonos".
Dolores Medio estudió Magisterio y ejerce como maestra hasta que gana un premio literario con Nina (1945). Entonces se traslada a Madrid a estudiar periodismo y a colaborar con el semanario Domingo. El momento clave de su carrera como escritora llegará en 1952 cuando gana el premio Nadal con Nosotros, los Rivero. Esta es una novela ambientada en Oviedo (Vetusta en la novela) desde finales de los 20 hasta la revolución de octubre del 34 que causó verdaderos estragos en Asturias.
Los Rivero son una familia de comerciantes con mucho orgullo que en un momento dado vienen a menos. Lenita, la pequeña del clan, es la narradora de este relato, comenzando la narración con una Lena ya mayor que regresa después de una larga ausencia a su ciudad natal y recuerda su infancia junto a sus dos hermanos y su media hermana, la coqueta chica que un día abandonará el hogar sin dar explicaciones; su columpiarse en las cadenas de la Universidad, que se emplaza junto a su casa en la calle San Francisco. Su mundo lo habita también la tía solterona que vive con ellos y el círculo de amigos que se reune en el comercio de sus padres con asiduidad. Pero llegan malos tiempos y todo se desmorona: la ciudad, el negocio, los falsos amigos y sobre todo la familia que debe trasladarse a un barrio más lejano (lejano para el pequeñito Oviedo de la época, claro) y con la ausencia del padre.
Tras leer esta novela, mis paseos por Oviedo ya no son lo que eran. Mentalmente repaso los pasos de Lena, los sitios que menciona en la novela, me detengo ante detalles que aún conserva la ciudad y que la narradora me descubrió.
Tras la novela ganadora del Nadal, Dolores siguió escribiendo obras como Diario de una Maestra o El fabuloso Imperio de Juan Sin Tierra, entre otras muchas, y escribió hasta su muerte en Oviedo, la ciudad que la vio nacer en 1916.
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La escritora Rosa Chacel |
Después de esta magnífica novela me pasé a otra novelista de la que aún no había leído nada: Rosa Chacel. Siempre quise haber leído Memorias de Leticia Valle y con poco tiempo de diferencia compré, de segunda también, además de éste, Acrópolis y Barrio de Maravillas.
Rosa Chacel nace en Valladolid pero a la temprana edad de 12 años se va a vivir con su familia a Madrid donde estudiará Bellas Artes en la escuela de San Fernando. Comienza a vincularse con la bohemia intelectual de los cafés madrileños y pronto se casará con el pintor Timoteo Pérez Rubio con el que tendrá un hijo. Vive esporádicamente en distintos países de Europa y, desde ese momento, beberá de la literatura de Joyce y Proust, entre otros. Se va de España al estallar la Guerra Civil y tras un periplo europeo, finalmente se asentará en Brasil. Autora de poesía, novela, ensayo y biografías, quizá sean sus novelas estandarte Barrio de Maravillas (1975) y Memorias de Leticia Valle (1946). Este último, narrado por una joven Leticia, son sus memorias una novela de crecimiento que arrancan con una preadolescencia en aquellos años tristes de España en un pueblo de Valladolid, donde la niña Leticia se enamora de Daniel, su mentor y además archivero de Simancas, hombre con gran bagaje cultural.
Es una novela de la que uno olvida la época en la que fue escrita por lo vanguardista de su redacción (a Chacel se la enmarcó dentro de la generación del 27, exponente de la vanguardia más vanguardia de todos los tiempos).
Me resultó curioso descubrir que Dolores y Rosa no eran coetáneas como yo siempre había creído y que Rosa Chacel era catorce años mayor que la asturiana.
Y si las dos novelas anteriores me gustaron muchísimo, Una historia de Amor y oscuridad (2003) de Amos Oz (Jerusalén, 1939), se lleva el primer lugar en el podio de mis mejores lecturas de 2013.
La tenía desde hace un tiempo en casa, puede que desde le premiaron con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Me pasé el mes de diciembre con las memorias de Oz. Una joya, una exquisitez de principio a fín:
Nací y crecí en un piso muy pequeño, de techos bajos, y unos treinta metros cuadrados: mis padres dormían en un sofá cama que ocupaba su habitación casi de pared a pared cuando lo abrían por las noches. Por la mañana temprano plegaban el sofá sobre sí mismo, escondían la ropa de cama en al oscuridad del cajón de abajo, daban la vuelta al colchón, cerraban, empujaban, lo cubrían con una funda gris claro y unos cuantos cojines bordados de estilo oriental, ocultando cualquier rastro de su sueño nocturno. Así pues, su habitación servía de dormitorio, estudio, biblioteca, comedor y salón.
Este es el comienzo de la historia que no transcurre linealmente y en progresión sino que teje todas las historias de los suyos antes de que el naciera, la vida de sus tíos y tías (algunos de ellos son voces narrativas en el texto), de sus abuelos y de sus padres. Cuenta también la historia de los judíos que llegaban a la ansiada Sión huyendo de los pogromos, de los que se quedaron por el camino como su primo Daniel a quien con tan solo tres años mataron en un campo de concentración, de la Guerrra de los Seis Días, de la oscuridad de las cosas, de los malos momentos, de la enfermedad de su madre y su posterior suicidio cuando él era tan solo un niño de doce años, de la frustración de su padre por nunca alcanzar el puesto universitario que se había merecido desde siempre.
Frente a la oscuridad vive el amor, de él está llena esta soberbia obra. Me hubiese quedado entre sus páginas mucho tiempo más, adormecida, sin querer que el tiempo pasase y que la historia no llegase a su fin. Sé que algún día volveré a ella.